La llegada de internet a nuestros hogares ha supuesto una apertura a la información,  la ventana a un universo donde todo o casi todo es posible. La información llega a tiempo real y es accesible para todos. Entre todas las posibilidades que ofrece internet al consumidor, una de las que se ha visto más potenciadas ha sido la pornografía. Esta es una representación sexual con la única función de causar excitación en el espectador. La facilidad que ofrece internet para acceder a este tipo de contenido hizo que el consumo se disparara entre los internautas.

España es uno de los grandes consumidores de porno, situándose en el 13º puesto en consumo de pornografía. Así pues existe un sesgo entre los consumidores dependiendo de su género, ya que el  74% de los consumidores son hombres, frente al 24% de mujeres, siendo pues los hombres los consumidores por excelencia.

La media de edad del consumidor de pornografía en España se situaría en los 35,3 años, una edad en la que se presupone una cierta madurez. Ahora bien la universalidad de internet ofrece un acceso sin límites, lo cual ha desembocado en un crecimiento en el consumo de pornografía en edades cada vez más tempranas. Según un estudio de la compañía MalwareCity, la mayor cantidad de consumidores de pornografía está en el rango de quienes tienen entre 11 y 15 años con un 82% de estos jóvenes. Estos datos entablan de forma reveladora un debate sobre cómo puede afectar la pornografía a estas mentes aun en crecimiento.

Cabe destacar que como ficción, la pornografía, muestra roles y situaciones totalmente irreales pero que se intentan revestir de verosimilitud. Así pues podemos encontrar roles de dominación, incluso violencia de género, promiscuidad, parafilias, sexo sin protección, y un largo etc.

Todos estos contenidos son consumidos y asimilados por semiadolescentes que están en pleno desarrollo sexual y en los cuales puede producir varios efectos. La distorsión sexual lleva a los menores a una espiral de hipersexualización de la realidad, haciendo que su vida gire en torno a una presión sexual que determina sus vidas, potenciando así sus inseguridades y construyendo una visión economizada del amor.

A parte algunos expertos señalan que la pornografía tendría un efecto adictivo similar a las drogas , dado que un consumo prolongado del mismo genera adicción y dependencia, necesitando cada vez más tiempo de consumo.

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Todo esto se está viendo incluso reflejado en un aumento de agresiones sexuales en menores que está creciendo exponencialmente. En 2012 se inscriben 16.172 menores condenados de 14 a 17 años por delitos sexuales. Delitos en los que algunos expertos no dudan en señalar la influencia clave de la pornografía, ya que en ellos se intentan emular sus patrones y situaciones.

Llegados a este punto debemos plantearnos qué clase de fuerza o poder está detrás de la permisibilidad que deja desprotegido al menor frente a este tipo de contenido. Los expertos sostienen que el control paterno es fundamental, pero a poco que se rasque se sabe que es insuficiente. Y las instituciones corren la mano ante esta problemática, quizá bien porque desconocen su impacto, cosa improbable, o porque hay un desinterés interesado en que nuestros adolescentes consuman porno de forma indiscriminada bajo la parabólica de la libertad. Y de ser este último el caso, habría que averiguar cuál es ese interés.